La motivación para viajar la encontramos casi en cualquier lugar. En nuestra propia naturaleza, aventurera de por sí o en nuestros gustos y aficiones. Hay recorridos culturales, de ocio, gastronómicos y ¿porqué no?, literarios. Las tramas de los libros que se convierten en best sellers tienen la capacidad de transformar lugares anodinos en sitios de moda y de gran afluencia turística.
50 Sombras de Grey, indiscutible éxito de ventas, discutible éxito literario, ha disparado el interés por los escenarios en los que Anastasia y Christian viven sus tórridas aventuras. Bien lo saben los hoteles de Portland que se esfuerzan por competir contra el Hotel Heathman, ofreciendo sugerentes packs que ayudan a emular a la pareja de ficción. Claro que no pueden competir con el sol del cabecero original, pero lo intentan.
El Louvre no necesitaba el Código Da Vinci para ser uno de los lugares más visitados en el mundo, pero tanto el libro como la película aumentaron sus visitantes. No se notó tanto como en la Iglesia de Saint Sulpice que pasó a ser uno de los monumentos más visitados. Incluso se organizaron tours por la ciudad que visitaban los escenarios de la novela.
Un 7-eleven es uno de los lugares más visitados de Estocolmo porque Stieg Larsson lo incluyó en la narración de Millenium. Es posible, como sucedía en París, hacer un tour para visitar los lugares donde transcurre la trilogía. De nuevo el cine ha amplificado el interés que este destino ya despertaba en los lectores.
Este suele ser un turismo de auge temporal salvo en el caso de las grandes obras literarias atemporales. Lugares como el castillo de Kronborg en Elsinor (Helsingør) en Dinamarca nunca pasan de moda. Hamlet es redescubierto cada día por miles de personas. Seguramente esta intemporalidad puede ser un buen indicador del nivel literario de un libro. Si perdura el interés turístico la obra es buena.
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